¿Por qué nos cuesta tanto encontrar la felicidad?

El cuento de los dioses


En menos de dos siglos, los seres humanos hemos logrado avances sociales y tecnológicos notables. Solo al considerar que la humanidad ha logrado pasar desde una expectativa de vida promedio de 35 años en el siglo XIX, a un promedio 68 años para el 2010, sumado a innumerables comodidades tecnológicas, sanitarias y educacionales, es tentador afirmar que vivimos mejor y más felices que en el pasado. Pero ¿será realmente así?

Hemos construido sociedades complejas y altamente sofisticadas, justificadas en medio a una gran ola global de confianza en la tecnología y el crecimiento económico, como los garantes de la buena civilización, y con ello, la felicidad, la plenitud y la realización de todas las capacidades de sus ciudadanos. Sin embargo, pese a todos estos supuestos adelantos y ventajas, hoy no tenemos realmente certeza si el ciudadano promedio es realmente más feliz que como lo era un campesino promedio en la edad media. Incluso, los hechos parecen indicar justo lo contrario. La calidad de vida de las sociedades modernas se ha construido pagando un alto costo en enfermedades mentales, violencia, uso de drogas y el estrés como signo universal de los trabajólicos y eficientes. Entonces, ¿De qué nos ha servido correr tanto por el éxito, la belleza o la fama? Al final de tanto estrés y tanto esfuerzo, ¿somos realmente más felices? Al observar el panorama mundial de la sociedad humana moderna, es legítimo dudar.

Por eso es válido preguntarse, ¿Dónde encontrar la felicidad?

Y para abordar de manera adecuada esta pregunta, resulta interesante citar un antiguo cuento oriental.

 

 

El cuento de los dioses:

Dicen que hace mucho tiempo atrás, en los tiempos en que los dioses creaban el universo y la vida, se reunieron los dioses y decidieron crear al hombre y a la mujer.  Los hicieron como criaturas excepcionales, a su imagen y semejanza, con tal perfección que algunos dioses exclamaron: “Son seres perfectos y hermosos como nosotros, pero si son iguales a nosotros, entonces hemos creado nuevos dioses! Debemos quitarle algo para diferenciarlos de nosotros”

Todos estuvieron de acuerdo. Y después de mucho pensarlo, uno de ellos propuso: “Vamos a quitarles la felicidad y esconderla en algún lugar seguro donde nunca puedan encontrarla. ¿Dónde podrían esconderla?

Uno de los dioses propuso: “Ya sé! La esconderemos en la cima de la montaña más alta de todo el planeta”. Otro de los dioses se opuso a esta idea diciendo “recuerda que los hemos dotado de fuerza, por lo que algún día lograrán subir y encontrarán la felicidad”  

Otro de los dioses dijo “Podemos esconderla en los abismos más profundos del fondo del mar”, a lo que otro inmediatamente repuso, que “No es una buena idea. Recuerda que poseen gran inteligencia y algún día crearán máquinas que le permitirán bajar al fondo del mar y encontrarán la felicidad”

“Ya sé!”, exclamó otro de los dioses. “Podemos esconderla muy, muy lejos, en otro planeta u otra galaxia!”. Pero otro de los dioses le dijo que “no es una buena solución, pues los seres humanos son tan poderosos como nosotros, y algún día lograrán crear naves fantásticas para viajar a otros planetas y terminarán encontrando la felicidad”

¿Entonces, dónde podemos esconder la felicidad?


Uno de los dioses más antiguos y sabios, que se había mantenido en absoluto silencio exclamó: “Ya sé cuál es el lugar perfecto para ocultar la felicidad de los seres humanos. Vamos a ocultar la felicidad en el interior de ellos mismos. Así estarán por siempre tan ocupados y distraídos buscándola afuera de ellos mismos, que no sabrán que la llevan todo el tiempo en su interior” 

Todo los dioses estuvieron de acuerdo y así fueron creados el hombre y la mujer.

Y desde entonces, los seres humanos buscan incansablemente la felicidad en el cielo, en la tierra, en el mar o las estrellas, sin saber que la felicidad late oculta en lo más profundo de sus propios corazones.

 

 

Comentarios al cuento de los dioses y la felicidad:

 

Este cuento oriental, como otros valiosos saberes ancestrales, resume de manera sencilla algunas verdades profundas respecto al ser humano y el sentido de su existencia en este planeta. ¿Por qué existimos los seres humanos en el planeta Tierra? ¿Cuál es el sentido de nuestra aparición en la evolución de la vida? 

Responder estas preguntas no es tan sencillo, a la luz de nuestra paradójica presencia en el planeta. Al mismo tiempo somos la especie aparentemente más evolucionada, sublime y perfecta, capaces de hacer música, cultura, compasión, ciencia y justicia social para todos. Pero también, al mismo tiempo, los seres humanos somos por lejos la criatura más peligrosa, autodestructiva y dañina para la vida en su conjunto. Por ello, una de mis respuestas a la pregunta sobre qué aportan de positivo los seres humanos a la vida, es que los seres humanos aportamos la posibilidad de experimentar estados de felicidad consciente. La felicidad, es una de las experiencias humanas más universal y anhelada por todos, y también es una experiencia única en la evolución de la vida. La felicidad parece no ser algo vital para la vida de los animales, vertebrados o invertebrados. Pero parece ser fundamental para la vida de los seres humanos. Pero entonces, si la felicidad es tan anhelada por todos ¿por qué es tan difícil encontrarla? ¿Por qué aún hoy la felicidad parece para la mayoría un mito, una leyenda o en el mejor de los casos, una experiencia afortunada pero pasajera? Quizá porque la verdad que emana del cuento de los dioses, es una verdad eterna. Los seres humanos efectivamente hemos vivido la mayor parte del tiempo desconectados de nosotros mismos, desde los primeros años de infancia, la familia, la sociedad, la escuela y la cultura en general, nos presionan con mayor o menor violencia, a la socialización. Es decir, el proceso de adquirir el lenguaje, las costumbres, reglas y valores de la cultura donde nacemos. En ese proceso de “hacernos hombres” o “hacernos mujeres”, la desconexión con nuestra sensibilidad y autopercepción es evidente. Primero serán nuestros padres, familia, luego profesores, y luego serán nuestros jefes en el trabajo, todos somos parte de este gran teatro humano donde nos presionamos para cumplir los roles asignados, pero sin realmente tener el debido cuidado con la felicidad y la dicha de la primera infancia.
La felicidad entonces, es “algo que ya viene perfecto de fábrica” en cualquier niño o niña sana. Entonces ¿Cuándo se pierde esta maravillosa cualidad que tanto nos atrae? ¿Por qué al crecer, cada niño o niña parece “perder su encanto”? Porque al educarnos, iniciamos un proceso obligatorio de desconexión de la esencia espiritual propia de la primera infancia, y comienza la construcción de una identidad psicológica, una máscara, el ego adaptativo a cada contexto. 

Y el ego, es finalmente el fruto que resulta de este encuentro violento de la infancia con el mundo adulto. Y así ocurre con tantos adultos, algunos ya con consolidado éxito económico y laboral, que siguen vidas infelices e insatisfechas. A veces ya no se trata de un problema material, sino relacionado a un vacío interior, una “pobreza espiritual”. Así, muchos invierten en libros de autoayuda y crecimiento personal para volver a conectar con la esencia, mirarse con sinceridad, ordenar la existencia y consecuentemente, generar más estados de felicidad. 

Sin embargo, toda buena intención de “buscar la felicidad desde la propia esencia” puede ser también un slogan engañoso, un cliché demasiado fácil. Esa búsqueda interior en solitario, solo haciendo decretos, rituales y mirándose al espejo, puede también puede producir más alienación, fanatismo, superstición y auto engaño. Para evitar estos y otros peligros de la búsqueda interior, mi recomendación es que el autoconocimiento ocurra dentro de una relación de ayuda formal. En mi caso, conozco el desafío de generar confianza y coraje para una verdadera relación de ayuda, donde cada persona se compromete a entrar en su interioridad, y luego saber salir ileso. Así se  aprende paulatinamente a identificar lo propio, a responder ante la vida y cuidar cada experiencia de felicidad y gratitud.

En definitiva, la búsqueda interior tiene siempre grandes riesgos. Es un proceso que se puede comparar con entrar al mar y practicar buceo. Los que han practicado buceo alguna vez, saben que una de sus grandes reglas es que nunca debes entrar al mar solo, sino siempre acompañado. Tomando esa imagen, y hablando de la exploración de las profundas y torrentosas aguas psicológicas y espirituales, recomiendo la psicoterapia como el proceso más seguro que tenemos para la búsqueda de la felicidad interior. El encuentro con nuestra propia esencia.

 

 

 

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